Sintetizar vida y obra de Francisco Piria suena a tarea imposible, parecido a como en su tiempo eran percibidas sus obras cuando eran solo proyectos. Hasta el momento de su muerte a los 86 años, lo obsesionó todo lo que fuera acción, supo construir una de las mayores fortunas del país desde bien abajo y sacarle provecho a cada una de las crisis que se le presentaron.
Su relevancia en el desarrollo turístico uruguayo es innegable. Fue el creador de nuestra primera ciudad balnearia y pionero a la promoción del país fuera de fronteras. A él le debemos en gran medida que los argentinos sigan siendo hasta hoy nuestros principales visitantes.
Nacido en Montevideo de pequeño fue enviado a Génova para recibir la mejor educación en el viejo continente. Pero antes de cumplir sus 10 años, el destino le quitó a sus dos padres y a la protección que ellos le propiciaban, al regresar a Montevideo con 13 años sin padres y sin dinero, se vio obligado a hacer de todo para sobrevivir. A fuerza de ingenio y decisión. No pasó mucho tiempo para que pudiera poner su propio comercio en el mercado viejo de la capital donde pudo demostrar sus inagotables habilidades como comerciante, Piria fue un gran publicista, invirtió en avisos y columnas enteras en la prensa de la época y hasta se generó un seudónimo falso para hablar maravillas de su emprendimiento. En 1870 el negocio de remates que tenía, quedó reducido a cenizas, tenía 22 años y la vida volvía a jugarle una mala pasada lejos de amedrentarse, redobló sus apuestas. Ya había aprendido que era posible superar pérdidas mucho mayores. Fue entonces cuando entró en contacto con el mundo inmobiliario y comenzó a amasar su gran fortuna. Desde su rol de rematador de terrenos fue promotor de unos 70 barrios de Montevideo. No en vano, la prensa de la época lo catalogó como el segundo fundador de la capital. Piria había implantado un nuevo modelo inmobiliario, comprar, fraccionar, crear barrios nuevos y ofrecerlos a personas de bajos recursos a largos plazos que podían llegar a los 50 años.
Era él quien planificaba la urbanización y hasta la propia nomenclatura de las calles, aprovechando cada decisión como estrategia de promoción. Para vender ofrecía a potenciales clientes y a sus familias, viajes gratuitos, comidas y grandes fiestas en los lugares en donde se hacían los remates.
La sensatez y la ironía de sus publicidades y comentarios no caían muy bien al establishment político y financiero. Y por eso los reconocimientos de esos sectores tardaron en llegar. Pero al mismo tiempo, le sirvieron para ganarse la simpatía de sus clientes y construir su reputación como comerciante. Más allá de su rol decisivo en el desarrollo del Montevideo de fines del siglo 19 y principios del siglo 20, la expresión máxima de su vasta obra y la que más lo identifica es la creación de la ciudad balnearia que lleva su nombre, Piriápolis.
A fines del siglo 19, con 45 años, compró 1815 hectáreas desde el norte del Cerro Pan de Azúcar hasta el mar y progresivamente llegó a tener más de 3400 hectáreas. Piria se entregó a este destino con la pasión de un enamorado. Primero, plantó olivos y viñedos, descubriendo el potencial de la zona. Luego impulsó la explotación de canteras de granitos en torno al cerro Pan de Azúcar y desde su castillo construido en la zona en 1897 siguió delineando el balneario de sus sueños. Efectuó obras de infraestructura como jamás realizó ningún otro particular en el país. Construyó el puerto de Piriápolis, a donde llevó enseguida los vapores de Buenos Aires y una línea de ferrocarril que cubría los 15 kilómetros que separaban Piriápolis de la estación Pan de Azúcar.
En 1910 inició la construcción de la rambla, donde se dejó inspirar por sus viajes a Europa. Y más precisamente por la costa azul francesa. También se hizo cargo de la usina que abastecía de energía eléctrica la nueva ciudad y de diversas construcciones decorativas y de esparcimiento como la fuente del toro, la fuente de Venus, el templete de San Antonio y la iglesia inconclusa, entre varias otras.
En 1930 Piria inauguró el emblema de la ciudad, el Argentino Hotel, una descomunal obra que en la época se convirtió en uno de los hoteles más grandes del continente. Seis plantas capacidad para 1200 personas, un garaje para 200 coches, vajilla de Alemania, cristalería de Checoslovaquia y mobiliario de Austria. Todo era a lo grande y una vez más, Piria había logrado hacer de lo imposible una realidad, pero pudo disfrutarlo por poco tiempo, apenas tres años después fallecería dejando un legado invaluable y un ejemplo de emprendedurismo admirable que sigue inspirando a quienes sueñan con un Uruguay a la vanguardia.